Música hueca

oro

La dueña del oro

cantaba una canción dorada

y el resto de los hombres

los coros entonaban.

Se rompían los versos de las gaviotas

que no eran de cristal,

sino de carne y hueso;

¡nadie lo veía!

Se hacía apología con tribales escabrosos

al poder, la magia negra y a la guerra.

¡Vibraban los corazones llenos de odio!

Salvaje marabunta danzando sobre la hierba…

Si se callaran un poco

escucharían la tierra y

la belleza mataría sus ansias de sangre fresca.

Si entonaran otro ritmo,

la música de la selva

descosería del hechizo

el hilo de tela negra.

¡Si se miraran y se abrazaran los cuerpos incomprendidos!

ya no querrían poner sus dedos sobre el gatillo.

Pero la dueña del oro sigue cantando,

hipnotizando almas dormidas;

la Tierra y la Humanidad siguen girando;

siguen corriendo las manecillas,

los ojos tristes aguantando el llanto,

las niñas en misa aguantando la risa

y, el espanto, pisándonos los talones.

Menos mal que quedan charcos

y bellísimos acordes

del que aún sigue luchando

con ferviente dignidad,

sin cantar los coros rancios,

bailando en su propio nombre

y en el de la Libertad.

 

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